“Sanando esa división es mucho más que política o economía. Esas tragedias humanas están arraigadas en nuestras historias personales que continúan hasta hoy. Ellos se sienten tan profundamente que no pueden ser enterrados y olvidados bajo una delgada capa de barniz de prosperidad material y la cacofonía sin mentalidad de una vida moderna.” ~Dr. Hyun Jin Moon, El Sueño Coreano: Visión de una Corea Unificada

Durante la mitad de octubre, dos olas de Coreanos cruzaron la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur para su primer y probablemente última visita con miembros de familia que no han sido vistos desde que el paralelo 38 fue trazado en el armisticio que paralizó la Guerra de Corea.

Esta pieza es un diálogo imaginado basado en las cuentas de las reuniones más recientes.


 

Reunión de familias Coreanas separadas por el paralelo 38

(Crédito de foto: Fundación Familias Divididas)

Ella retorció sus manos de papel. Hace sesenta y cinco años ellos fueron considerados agraciados, pero años de labor en trabajos para cubrir sus necesidades dejaron solo huesos y piel.

La recordaría? Fueron sesenta y cinco años mucho tiempo que esperar? Ella se preparó para lo peor. Para ella, el pensamiento de un segundo matrimonio la hacía estremecer. Él era su único amor. Hasta este día ella vivió en la misma casa en la que ellos comenzaron su vida de casados rodeados de ecos y sombras de su memoria.

Él jaló su sombrero hacia sus ojos, esperando que este diera sombra a su nerviosismo que lo llenaba. ¿Cómo estaba ella? Estaba ella feliz? Y que ha pasado con el niño que él nunca había visto?

Su mente flotaba sesenta y cinco años atrás. El tiempo había borrado las líneas de su cara, pero el pensamiento de su risa, sus manos, su aroma, aún hacía alborotar su corazón.

Las tensiones de “Anyonghaseió” sobre el alto parlante anunció la llegada de los Coreanos del Norte.

Ella lentamente se levantó y comenzó a moverse entre la multitud del flash de las cámaras, los voluntarios de la Cruz Roja y otros participantes, asomándose a las credenciales con los nombres para ver si cada hombre anciano que pasaba era él.

Él deambuló, preguntándose como la encontraría en el mar de personas.

La multitud partió.

Él encontró primero sus ojos; el brillo todavía estaba ahí. Su cabello estaba hacia atrás de la misma manera que él lo recordaba, pero ahora estaba blanco como la nieve.

Él empujó su sombrero hacia atrás para tener un mejor vistazo, y una sonrisa agrietada.

Ella miró hacia arriba. Sus ojos se abrieron sin poderlo creer. Ella aún podía reconocer su sonrisa, aunque estaba casi sin dientes. Ella levantó su mano a su boca para esconder la mezcla entre sorpresa y timidez repentina. Él la tomó en sus brazos.

Por un momento ellos permanecieron en un espacio sin tiempo que trajo el presente y sesenta y cinco años de historia, ellos eran de nuevo la joven pareja llena de expectativas antes del día fatídico en que la guerra trajo la división artificial entre el pueblo Coreano.

“Muchas gracias por estar vivo,” ella murmuró.

“Yo nunca pensé que la guerra haría esto a nosotros,” él suspiró.

Su nueva familia era una de cientos de miles de familias que fueron divididas durante la Guerra de Corea.

Ella estaba embarazada cuando ellos fueron separados. Su hijo, ahora era un hombre. Ella asumió que su esposo estaba muerto. Cada año ella realizaría un servicio memorial por él.

La vida era dura. Ella crió a su hijo con lo que ella podía ganar en la finca y en el bordado. Hubo días en los que ella casi se rinde. Pero cuando ella veía la cara de su hijo, ella entendía que incluso aunque la ideología puso un muro, este no podría separar la sangre. Ella fue separada de su esposo con su hijo que era como un tesoro, por eso lo cuidaba y lo “cultivaba.”

Ella crió su hijo estrictamente, sabiendo que él tendría que ser lo suficientemente fuerte para ignorar los suspiros en la espalda y llenar el vacío de un padre ausente.

Por la primera vez en sus vidas, hijo y padre se ven de rente. El hijo hizo una reverencia hasta el piso y a través de las lágrimas lo llamó “Padre,” llenando un deseo de toda la vida.

El corazón de su padre se llenó de orgullo y tristeza al mismo tiempo. Este era su hijo, pero él no lo vio crecer y probablemente no lo verá el resto de su vida. Nadie ha estado calificado para una segunda reunión.

Padre e hijo se observaban el uno al otro – sus cejas expresivas, sus ojos de media luna, su cara cuadrada, y la nariz prominente fueron un espejo del uno al otro.

Por sesenta y cinco años el paralelo 38 los ha separado, pero la sangre ha cruzado la frontera y conectado a padre e hijo.

48 horas no es suficiente para recuperar 65 años perdidos–sin contar el resto de los años que le seguirían. Cómo comenzar a aprovechar el tiempo perdido, y cómo decir adiós de nuevo?

“Vive mucho tiempo,” ella buscó como cambiar su corbata. “Cuida tu salud,” ella tomó sus manos callosas en las suyas, deseando que toda la fuerza de su vida se fuera hacia él para sostener su felicidad.

Él permaneció entre su hijo y su esposa. “Cría nuestro hijo bien,” dijo él, aún buscando sus palabras finales. Un deseo brotó en su corazón y escapó de sus labios, “Vamos a encontrarnos en el cielo,” él espetó a ella a través de las lágrimas calientes que brotaron en sus ojos, nublando su visión.

Él la dejó ir a regañadientes y abordó el bus, pero un deseo desesperante lo impulsó hacia la ventana. Él vio su cara y estiró sus manos hacia las de ella, solo para un último toque… Ella tomó su mano en las suyas, y ellos sostuvieron su mirada hasta que el bus salió del parqueadero llevándolo de nuevo fuera de vista.


 

En su libro: El Sueño Coreano, el Dr. Moon cita un estimado de 500.000 y 750.000 familias han sido separadas por más de 70 años de división ideológica. Cada número es una historia de corazones rotos y lágrimas. La tragedia real, sin embargo, es la historia del pueblo Coreano que ha sido descarrilado de completar su destino compartido hacia contribuir su destino como un pueblo que manifiesta los ideales del “Hongik Ingan” al mundo.

 

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